En realidad, la crónica antecede al periodismo por milenios. Se puede asegurar que la crónica (periodística o no) nació alrededor del año 430 a.c. cuando Heródoto culminó su Historia (también conocida como Los nueve libros de la historia, por estar dividida en nueve tomos, cada uno dedicado a una musa). Como su nombre lo indica, la intención de Heródoto era narrar lo más fielmente posible la historia de las Guerras Púnicas entre griegos y persas que tuvieron lugar en el siglo V a.c., y para conseguirlo se puso a deambular por lo que hoy llamaríamos Medio Oriente y Grecia consultando fuentes bibliográficas. Lo interesante del asunto es que no se limitó a tratar de descifrar viejos papiros apolillados, sino que habló con toda la gente que pudo, no solo sobre las Guerras Púnicas sino sobre cualquier tema que saliera a cuento. Y su libro está plagado de digresiones, apuntes casuales y anécdotas cotidianas de gente que vive en una veintena de ciudades dispersas por el mundo griego. Se puede dudar mucho sobre la veracidad de su recuento histórico, pero como fuente de conocimiento sobre mil detalles de la vida diaria de la época es invaluable. Heródoto fue, vio, habló, preguntó y volvió a su casa para consignarlo por escrito. Y así, a mano limpia, sentó las bases de lo que se entiende por crónica: hablar con otro, observar su entorno y contarlo por escrito.
El género tuvo continuadores durante los siglos siguientes, en diversas formas. Crónicas cantadas por trovadores (pocas sobrevivieron), crónicas de viaje, crónicas de campañas militares, anécdotas de personajes célebres. Crónica es todo aquel texto que cuenta las observaciones directas de un autor, ya sea en los alrededores de su casa o yendo hasta la China (como Marco Polo, célebre cronista). Durante la época de los descubrimientos y la conquista de América el género tuvo un florecimiento notorio ya sea con los libros de fray Bartolomé de las Casas, el relato de las aventuras y desventuras de Álvaro Núñez Cabeza de Vaca (por algo se llama Naufragios y comentarios) o la Relación del primer viaje alrededor del mundo de Antonio Pigafetta. Épocas posteriores tuvieron sus propias crónicas, mezcladas en zonas grises con la biografía, la historiografía o directamente la fabulación.
En el siglo XV apareció el germen de la prensa escrita, hojas impresas con noticias más o menos actuales y más o menos creíbles. Con la Ilustración los periódicos tuvieron su primer auge, pero la cosa explotó en la segunda mitad del siglo XIX, cuando se inventó el linotipo y se pudo imprimir la cantidad de ejemplares que se quisiera en un tiempo breve. Las capitales del mundo se llenaron de diarios, semanarios, pasquines y revistas, y la auténtica crónica periodística encontró su lugar. Durante el siglo XX el género alcanzó su madurez, y en todas partes el escribir para la prensa pasó de ser un asunto de apuro y conveniencia a verse como un arte literario.
Por mencionar unos pocos, cronistas en América fueron José Martí, Rodolfo Walsh o Gabriel García Márquez. Cronistas fueron en España Álvaro Cunqueiro o Arturo Pérez Reverte (no se murió, pero hace tiempo que abandonó el reportaje por las novelas y las columnas). Cronista en Polonia fue Ryszard Kapuściński, maestro indiscutido del género, infatigable buscador de encuentros con ese otro cuya historia poder contar, en Europa, Asia, África o América (hay que imaginarse a un polaco tozudo recorriendo a pie la distancia que separaba a los ejércitos de Honduras y El Salvador para contar los pormenores de una guerra ridícula de cuatro días que comenzó por un partido de fútbol), o ese continente autocontenido que fue la Unión Soviética.
Cronista en Italia fue Oriana Fallaci, y lo sigue siendo Roberto Saviano. Cronistas en Estados Unidos (país prolífico para el género) fueron Mark Twain, Truman Capote, John Reed (que se fue a México a contar de qué iba la revolución de Pancho Villa y después a Rusia, a registrar los diez días que conmovieron al mundo), Norman Mailer, Joan Didion o Hunter Thompson, el desquiciado, genial y seguramente insoportable en persona, héroe de su propio relato, que se las ingenia para convertir su narración en un circo ambulante sostenido por destellos deslumbrantes de lucidez implacable.
Cronista en Estados Unidos sigue siendo Gay Talese, aunque sus últimos libros sean un pálido recuerdo de sus grandes obras. Y cronista en Estados Unidos fue Tom Wolfe, que cristalizó una revolución formal a la que pertenecieron varios de los antes nombrados, saltando al centro del relato y dando forma al Nuevo Periodismo (o Periodismo Narrativo, como más le guste).
Cronistas siguen siendo Jon Lee Anderson y Leila Guerriero, bendecida por el éxito de sus libros y columnas semanales. Y hubo y hay muchos, muchísimos más, en todas partes, en todo momento.
Uruguay tuvo y tiene sus grandes plumas, gente que fue a ver y a hablar con el otro, aunque encontrarlas en las librerías sea casi imposible. No hace mucho se reeditaron, por suerte, las crónicas de María Esther Gilio. Se pueden encontrar libros de Leonardo Haberkorn sobre historia reciente con facilidad, pero sus recopilaciones de crónicas aparecidas en medios desde los años 80 son más complicadas. Complicado es también encontrar las crónicas de Andrés Alsina. En 2017 se reeditó en la colección Clásicos Uruguayos En la Sierra Maestra y otros reportajes de Carlos María Gutiérrez. Mucha suerte buscándolo.
El mejor libro de crónicas publicado en Uruguay (debatible, pero no mucho) es igualmente imposible de conseguir. Agonistas y protagonistas de Ramón Mérica, publicado en 1976, recoge una docena de sus notas escritas para el diario El País, con una libertad formal y una pluma maravillosas. Ahí se puede leer por ejemplo la crónica que escribió, sin saber de deporte y sin importarle un pepino el tema, sobre la llegada al éxito de Fernando Morena, su vida cotidiana y los truenos que anunciaban la tormenta de millones de dólares y pases fabulosos que se iba a desatar sobre el fútbol uruguayo a partir de ese momento. También está la nota que escribió sobre Carlos Monzón filmando la película La Mary en La Boca: el boxeador lo destrató de primera, y Mérica se dedicó prolijamente toda la noche a perseguirlo y sacarlo de quicio hasta que tuvo que salir huyendo cruzando el Riachuelo en un botecito para evitar que lo tumbaran de un piñazo. O el reportaje que escribió sobre la celebración de San Cono en Florida, entrevistando a la festividad como si fuera un personaje. En fin, Mérica, solo y sin aspavientos, creó su propia versión del Nuevo Periodismo que en el mismo momento Tom Wolfe y sus compinches estaban formando en Estados Unidos. Y faltando un par de años para que cumpla medio siglo, esa joya del periodismo uruguayo es inencontrable, nunca se reeditó, casi nadie la recuerda.
Por Gabriel Sosa – Escritor y periodista